Descartar lo que no nos define es un recurso poco valioso, pero útil, así es que recurriré a él, como referencia.
No nos define la cantidad de años, pero sí la cantidad y calidad de experiencias que hemos vivido y sobre todo, la actitud con la que lo hemos hecho y la huella que hemos dejado.
No nos define la carrera que estudiamos, pero si la pasión y la vocación con la que trabajamos.
No nos define la ciudad donde nacimos, pero sí cómo cuidamos nuestro medio ambiente, nuestro país.
No nos define la cuenta en el banco, pero sí la utilidad que le damos a lo que poseemos y la forma de compartirlo y de ponerlo al servicio de los demás.
No nos define el apellido, pero si el amor por nuestra familia y la forma de tratar a cada uno de sus miembros.
No nos define la religión que profesamos sino la congruencia con la que vivimos cada día y la manera en la que llevamos a la práctica nuestra fe.
No nos define la cantidad de gente conocida sino la calidad de amigos que pueden contar con nosotros y cómo tratamos a los que no lo son y a los demás seres vivos.
No nos define nuestra apariencia física, pero si la forma en que nos vemos y nos tratamos a nosotros mismos. Nos define nuestra mirada, nuestro tacto, nuestra capacidad de escucha.
Nos define el camino que vamos eligiendo y la forma de mirarlo, caminarlo y compartirlo.